La lluvia

 – A veces es deseada a veces aborrecida otras veces temida.

Desnuda los errores. No solo de lo que has construido sino de ti mismo. Si llueve, entonces los agujeros de la casa que pensaste que estaban bien tapados se abren y te das cuenta de lo frágil que puede ser lo que considerabas fuerte o inquebrantable. También te desnudan porque te moja sin piedad y toda la elegancia o pobreza que tienes encima se diluye con el agua y vuelves a mostrarte como realmente eres, al menos por afuera. La lluvia a chorros por una hora puede ser la alegría más novedosa e inmensa para los niños, pero pasan las dos horas continuas y se convierte en el fin del mundo para ellos que desean que terminen de enojarse los dioses.

La lluvia a más de  30 grados es un consuelo para el cuerpo, un chapuzón que baja la temperatura y nos devuelve al sueño y a la tranquilidad del momentáneo frío, pero la lluvia a ocho grados es una tortura congelante y es impensable bañarse en ella, aunque suele ser el mejor limpiador de la contaminada ciudad que por unos días durante el año entierra milagrosamente el intenso humo negro que suele abrazar las casas y hacer perder el color natural que tiene el cielo serrano.

La lluvia en el mar sí que es lo más raro, sobre todo en verano, cuando imaginas encontrar sólo sol y arena y sin embargo en medio de la tarde al sentir las gotas mayúsculas que caen como aletazos del viento caes en cuenta recién que el mundo está cambiando y que el tema climático debería estar en serio en nuestras agendas.  Pero igual sigue la fiesta porque es verano y el sol vuelve a salir después del chapuzón, aunque la mar se haya embravecido producto, precisamente, de esos raros cambios que informan los periódicos y que nadie hace caso.

Después de la lluvia casi siempre hay desolación. En la selva se levantan los mosquitos con mayor intensidad y como queriendo recuperar el tiempo perdido por la lluvia y con toda la energía de la venganza y arrasan con todos los cuerpos recién bañaditos, entonces odias la lluvia y aún más el calor, porque también se eleva con mayor ferocidad y ni hablar del barro y el sopor que se mete por todo lado. En la sierra, al cesar el aguacero (como suelen llamarlo) hay una orgía de admiraciones, porque no es común que llueva como lo viene haciendo en esta temporada y cada quien cuenta y exagera el “martirio” que significó soportar tres o cuatros horas de lluvia.

Hasta las autoridades hacen su agosto porque empiezan a declarar en emergencia porque una acequia, que antes estuvo seca, ahora destruyó unas huertas y mató unas gallinas. La emergencia – como sabemos – les permite comprar todo al toque donde sea, como sea y al precio que sea, ósea, que la lluvia también es un negocio redondo para ellos pero menos para el taxista ni el comerciante, y ni hablar de los servicios, creo que los únicos beneficiados con la lluvia son estos corruptos y los adolescentes enamorados que prueban su amor cubriendo a la doncella y soportando estoicamente las aguas, así no se levanten una semana.

La lluvia es como la mujer del prójimo porque cuando está ausente se le recuerda pero cuando está muy cerca y por mucho tiempo ya no se la soporta. La lluvia no es esa caricia que moja tus mejillas, ni esas lágrimas de Dios que sufre por su pueblo, ni esa bendición de la madre natura, es sólo parte del ciclo normal del agua que cae en el momento menos oportuno y que genera tema para rato que uno ya se cansa de escuchar, sobre todo en lugares poco acostumbrados a recibir estos charcos como Dios no manda.

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