Me agarro de Cicerón, de Marco Aurelio, grandes estoicos, para proclamar una ciudadanía del mundo. Ellos decían que la ciudad era el mundo. Lo digo ante lo gaseoso de las identidades nacionales que en este mundo líquido se disuelven como un azucarillo en el café. Bajo este epítome, el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa ¿es peruano o es español? En esta estación me asalta un poco la risa. Cuando ganó el premio Nobel de Literatura aquí en esta punta de la península no sabían cómo nombrarlo. Sí peruano o español o hispano peruano (aquí lo de hispano no tiene nada que ver con el significado en gringolandia, es más, unos jugadores de balonmano español se hacen llamar hispanos que no arrastra esa carga, muchas veces, peyorativa que tiene en otros lugares). Era un terreno pantanoso pero se decantaron en un momento para decirle el escritor español. Salvo cuando se divorció recientemente donde casi todos los medios le llamó el escritor peruano ¿es que los peruanos tenemos fama de pishcotos? Hay que esbozar una sonrisa de resignación. Igual sucede con la tenista venezolana de nacimiento y española por nacionalidad, Garbiñe Muguruza. Primero la mencionaban la tenista de origen venezolano. Luego la hispana venezolana. Ahora que le va bien en tenis, está entre las tres primeras del mundo, los medios de comunicación (¿o de manipulación?) la llaman la tenista española. Pareciera que cuando llegan los éxitos la nacionalidad española tiene más brillo, lo digo para los periodistas hispanos. En verdad de risa. Por ello proclamo y refuerzo mi apuesta por los estoicos. Y es que cada vez eso de las nacionalidades sufre los embates de este mundo de prisas y acuoso en que estamos viviendo. El escritor británico  Hanif Kureishi, de origen pakistaní, en una de sus celebres novelas, El buda de los suburbios, empezaba señalando: “… soy inglés de los pies a la cabeza, casi”.