En el día de la inauguración de su mandato edil, en medio de estallido de fuegos artificiales, del paso de varias vacas locas, del juego de máscaras carnavaleras, de campeonatos de naipes, el flamante alcalde del 2021 renunció irrevocablemente a su alto cargo vecinal. Con motivo de su paso al costado, el susodicho auspició una parranda colosal, amparado por una bomba con platos  y platillos todo eso. En medio de los festejos estaba tan feliz por irse así de repente, por abandonar el barco en lo mejor de la partida, de la gestión. Era tan anormal su conducta política, que hubo marchas de sus mismos partidarios que le pedían cuentas sobre sus gastos de campaña. El renunciante, como si nada,   desapareció de la ciudad.

Poco después apareció militando en un movimiento regional de Ucayali. Un día más tarde volvió a renunciar a la secretaria general y también celebró su salida como un hecho exitoso. Luego regresó a Iquitos a postular a una modesta regiduría por un partido nacional. Pero, sin ningún problema o remordimiento,  renunció  a su novísima militancia, armando un escándalo con la palabra corrupción.  Era absurdo que un hombre con un apetito tan voraz, de pirañita, por el poder siempre apele a la renuncia.  La ciudadanía le acusó de desquiciado mental y solicitó su internamiento en un manicomio de la capital. Así fue atrapado, engrillado y conducido a Lima para ser curado.

Pero 2 días después escapó de su celda donde le habían sometido a una cura de sueño. ¿Cómo logró escaparse de allí si le habían inyectado poderosos somníferos capaces de dormir a un regimiento de cafeteros? Fue imposible saberlo. Lo cierto es que la ciudadanía espera que vuelva a aparecer de repente, militando en cualquier partido o movimiento para renunciar de inmediato.

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