Hay un personaje de la literatura y filosofía norteamericana que me cautiva por su decisión, por su coraje de huir al monte – así literal. De pasar de las palabras a la conducta coherente que es muy difícil, él fue el que pergeñó el concepto de la desobediencia civil – que ahora es usado y malbaratado por todos los actores del arco político. Un personaje según quienes lo vieron muy de cerca decían que su mirada era la de un águila real, era un rasgo digno de resaltar. Y cuando ojeo su fotografía en blanco y negro su mirada y pobladas cejas es lo que más se remarca y me quedo con ellas. Me refiero a Henry David Thoreau que nació en Massachusetts (1817- 1862). Por su actitud ante la vida de regocijo hacia uno mismo se parece mucho a mi otro admirado filósofo que es Baruch Spinoza.  Spinoza pulía lentes y Thoreau fabricaba lápices. Lo que subrayo es esa actitud casi anacoreta, lejos de los lujos urbanos y la banalidad que rodea el mundo. Un buen día dijo que se iba al monte y vivió dos años en su cabaña, claro, como no, escribiendo y pensando- que gran lujo. Así emergió a luz Walden, una de sus obras más celebres. Pero dos años en la soledad del bosque afianzó sus convicciones, seguramente, depuró muchas de las cosas en bruto que tenía rondando cerca de su escritorio. Quería detenerme ahí, en esa escapada al monte de parte de este filósofo de cara de águila. Todavía no he encontrado en la literatura, claro que puede haber, amazónica escritor o escritora que tomase una decisión así de irse a la floresta por un tiempo. Tanto se habla del bosque pero siguen y seguimos pegados a un pueblo o ciudad, el virus urbanita es lo que más ha podido en las carnes. Pero hay excepciones. Un gesto equiparado como el de Thoreau la encontré en una pintora amazónica, ella es Gladys Zevallos y su gesta en Yurmamana, cerca de Manacamiri. La opción de Gladys es una apuesta por la naturaleza, por la vida, como quería Thoreau.

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