¿Qué cosas me recuerdan a Gabriel García Márquez, un año después de su muerte? A ver:

Macondo, algún lugar imaginario que se convirtió en parte de la historia de millones de personas alrededor del mundo

El realismo mágico, una forma de ver la vida (tan particular, tan intensa, tan fuera de sí, tan polémica).

El primer libro que leí de él, a los 13 años: La aventura de Miguel Littin, clandestino en Chile.

Crónica de un muerte anunciada, esa investigación que termina fusionando periodismo y literatura, el escenario preciso, los protagonistas, la tensión, el crimen que no paga. Su mejor libro, sin duda.

Historia de un deicidio, aquel monumento del ensayo y de la crítica de su obra, escrito por Mario Vargas Llosa (¿quién más?). De ella, extraigo esta inmortal frase, tan vargasllosiana: «Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea.»

Florentino Ariza, el romántico sin suerte más afortunado. El que no espera nada, el incondicional. El Amor en los tiempos del cólera le debe todo.

Aureliano Buendía, Melquiades, Santiago Nassar, Remedios La Bella, Ursula Iguarán, Fermina Daza y otros inolvidables personajes creados por él.

«McOndo», antología/toma-de-posición de un grupo de escritores noventeros, liderados por Alberto Fuguet, contra el realismo mágico macondiano.

Frases célebres de sus libros:

– «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella    tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.» (Cien Años de Soledad)

– «Y mientras tanto qué comemos», preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía.

Dime, qué comemos.

El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida,      minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:

Mierda.» (El Coronel no tiene quien le escriba)

– «¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? –         le preguntó. Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta       y tres años, siete meses y once días con sus noches. —Toda la vida —dijo.» (El         amor en los tiempos del cólera)

Una noche en el Centro Cultural de la PUCP, mirando con escepticismo la versión cinematográfica de El Coronel no tiene quien le escriba, dirigida por Arturo Ripstein.

Una canción, «Despedida» de Shakira, de las poquísimas cosas que me gustan de la versión cinematográfica de El amor en los tiempos del cólera.

Esta frase, de su extraordinaria crónica sobre Shakira en la revista colombiana Cambio: «Con su rostro de niña perfecta y su engañosa fragilidad, tuvo siempre la certeza absoluta de que iba a ser un personaje público de resonancia mundial. No sabía en qué arte o en qué parte, pero no tenía una sombra de duda, como si estuviera condenada al fatalismo de una profecía.»

La perfección narrativa de «Noticia de un secuestro», el mejor libro escrito sobre el narco Pablo Escobar, y uno de los mejores libros de crónicas, de lejos.

Sus malditas guayaberas blancas, signo distintivo de épocas ida para los habitantes del trópico.

Su comunismo de postal turística, el perfecto decorado que siempre necesitó Fidel Castro para lavarse un poco la cara (al que GGM se prestó, a menudo con una divertida desaprensión).

El apelativo «Gabo».

La fotografía con el ojo morado, producto de un puñetazo que le propinó Vargas Llosa en un cine de México (y parte de una chismografía literaria que ha pervivido por casi cuatro décadas).

La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, espacio imprescindible para el desarrollo de un periodismo narrativo de calidad, sensible y elegante.

«Me alquilo para soñar», su libro/manual para guionistas. Aún lo sigo leyendo, de vez en cuando, en momentos de bloqueo mental. Siempre ayuda.

El periodista/cronista/reportero García Márquez. A ese dénmelo, siempre.

Su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1982: «En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano.»