[ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel].

Miguel Donayre, columnista de este diario, escribe que en Isla Grande –nombre literario que se refiere a Iquitos- se desdeña todo lo que sea o se refiere a bienes culturales, les da alergia tenerlo y apelan a la idea del progreso para enterrarlos o destruirlos. Y lo hace porque ha visitado Atenas donde “tienes a la Acrópolis casi encima de la cabeza”. Y es que cada ciudad que se respete tiene que poseer uno o varios lugares donde los oriundos y visitantes sientan orgullo de recorrerlo. Ya sean edificios históricos o estatuas de personajes célebres. La modernidad nunca estará reñida con la historia y son las edificaciones que permite al ciudadano elevar la autoestima y la condición de ciudadanos. En Washington el monumento de Abraham Lincoln no es gigante únicamente por su aporte a lo que es hoy Estados Unidos sino porque esa majestuosidad hace que los norteamericanos se concienticen creyéndose los más poderosos y grandes del planeta. Grande monumento para tan grande personaje que engrandece a los ciudadanos del Norte.

En Iquitos, capital ecológica del mundo, conocida como el pulmón del mundo y donde la biodiversidad es la envidia de los estudiosos del mundo ¿tenemos un monumento que sea homenaje al pasado y donde la modernidad se mezcle con lo antiguo para engrandecer la ciudadanía? No. Es más, los edificios con un poco de historia reciente –porque guardan la memoria de acontecimientos ocurridos hace apenas poco más de un siglo mientras que en Toledo, por ejemplo, han pasado cuatrocientos años y las sinagogas mantienen sus paredes iniciales- están abandonados en el peor de los casos y –en el mejor- alquilados a empresas que tienen como única finalidad la acumulación de dinero sin importar la riqueza que encierran dentro de sus paredes. La casa de fierro, el Hotel Palace, la casa Fitzcarraldo son el ejemplo vivo de la dejadez de autoridades y la voracidad de los empresarios locales y foráneos que no han entendido que la autoestima nos llevará al progreso.

Si las autoridades comprendieran que los monumentos históricos que tenemos tienen que abrir sus puertas a los ciudadanos con inversión pública dejarían de gastar 65 millones de soles en ladrillos para colegios emblemáticos y destinarían un par de millones para adquirir y restaurar los edificios de la época del caucho y que sean lugares de visita obligada donde el que lo haga sienta la historia y la conserve y defienda ante todos los embates. Si los empresarios privados tuvieran una visión mínima de futuro –tal como lo hacen en Trujillo, Arequipa, Cusco y Lima- adquirirían los inmuebles históricos para entregarlos a los ciudadanos que al recorrerlos comprenderían que por estas tierras han pasado emprendedores oriundos y foráneos que con sus defectos y virtudes han pensado en el progreso de esta tierra. El día que pensemos en elevar la autoestima empezaremos a elevar nuestra ciudadanía que –como nos lo recordaba Róger Casemet en 1912 al recorrer las veredas del Malecón Tarapacá- será el inicio de nuestro despegue que, me temo, no está en la agenda pública ni privada.

1 COMENTARIO

  1. «La cultura de un pueblo se mide a traves de su arquitectura, es por ella que sabemos cuan grande fue una sociedad en un periodo de tiempo», Francois Mitterrand

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