Nos puso en agenda y cada semana “Papá piraña” alborotaba las calles con obras de teatro y la llegada de la gentita de la televisión peruana. Nadie olvida esa época de plumas y lentejuelas. Nadie.

Era octubre de 1998. Iquitos ardía en llamas. Literal. Había un vuelo a las 11 de la noche de Aeroperú hacia Lima que venía de Miami. En el aeropuerto todo comentábamos la desgracia. En un lado el padre Joaquín García y en otro Yolanda Guzmán. Unos eran miembros del IIAP. Otros del Comité por la Paz y el Desarrollo que apoyaba la firma del Acuerdo de Paz con Ecuador. Dos periodistas nos dirigíamos a Brasilia, Brasil, para estar presentes en ese hecho histórico. Yo, para disimular el miedo a los vuelos en avión, llevaba un libro que tenía una carátula inolvidable hecha por Christian Bendayán. En la misma fila, al otro extremo, un joven con anteojos leía un libro y, de pronto, me pregunta: ¿quién hizo el diseño de esa carátula? Le di el nombre del autor y siguió con la lectura no sin antes decir: “está bien paja”.

En el trayecto, dicho compañero de viaje, entre lectura y lectura, escribía el guión para lo que se convertiría en un reportaje emitido en televisión nacional en “La revista dominical” en emblemático de la posición iquiteña sobre el Acuerdo de Paz por una frase más o menos así dicha por una punchanina: “Dicen que los ecuatorianos van a venir a Iquitos y nosotros no queremos ni un ladrillo ecuatoriano en Loreto, joven”. Le llovieron críticas por ese trabajo. No faltaba más.

Claro, en esas semanas, ese reportero se encargaba de producir un reportaje desde cualquier parte del mundo para uno de los programas más vistos de la televisión de esos años. Ya lo ha contado muchas veces: terminaba la edición de uno en las últimas horas del domingo y en las primeras horas del lunes ya está pensando en el siguiente. Ese frenesí le ha dado la cancha necesaria y, creo, que todo lo hace desde la mirada de un reportero. Aún cuando se envuelve en sus más sesudas entrevistas se le nota el chip de reportero. Sino el único, es uno de los mejores entrevistadores del periodismo televisivo contemporáneo. A pesar que los reportajes que preparaba tenían esa dosis de chico chancón de la clase y varios de ellos -como el “Iquitos en llamas”, que más parecía el nombre de un trago de “El refugio”- son históricos me quedo con el entrevistador.

Una mañana, mientras recorríamos el río Momón para disfrutar de la selva que tanto le gusta le dije: deberías tener un programa de entrevistas. Como una ironía de la vida, esa persona que tanto había sido criticado por algunos iquiteños de buenas a primeras decidió instalar una discoteca en la capital loretana. Y ahí alborotó a toda la ciudad y parte del país. Nos puso en agenda y cada semana “Papá piraña” alborotaba las calles con obras de teatro y la llegada de la gentita de la televisión peruana. Nadie olvida esa época de plumas y lentejuelas. Nadie.

Y, cómo son las cosas, casi veinte años después, si no hay contratiempo alguno, tomaré el mismo vuelo hacia Iquitos para que Beto Ortiz dicte la conferencia: Leer o morir. Y, de hecho, que en ese vuelo tendrá no uno sino varios libros en el morral y al bajar del avión sentiremos que el corazón nos late más fuerte y como el aguardiente nos abrasa el calor. Díganme si no es linda la vida desde los libros.