Hace unos días recibí la mala noticia que Bart, la mascota de la casa, tuvieron que operarle por una infección por la oreja ¿operación a Bart? Fue la pregunta que nos dejó en el limbo de las cosas cotidianas. Fue como hacer un paréntesis a la rutina y afloraron todos los sentimientos para Bart. A todos nos preocupó su estado de salud, al menos en Madrid. Bueno, digo a todos lo que hemos estado emocionalmente relacionados con él. Las primeras imágenes posoperatorias nos removió el corazón, él estaba con su cara de bonachón echado en el suelo – aunque es un cascarrabias, quizás por eso somos patas con él, y alrededor del cuello con un cono que le han puesto para que no se dañe la herida de la operación. Le resulta incómodo el puñetero cono que tiende a quitárselo y sufre ese engorro. Lo que no sabe es que debe estar así por unas semanas más, de acuerdo con el testimonio de mi sobrina Claudia. Fue un episodio que nos ha trastocado el día. He ido dándole vueltas en flash back a los paseos matutinos que hacíamos con él por Isla Grande, eran momentos en que nuestra amistad crecía y cuando la marea de la bulla no subía. Saltaba y labrada cuando me veía e iba a por él para pasearlo. El sabía de mis humores (mis idas a Isla Grande me desaniman mucho porque es un caos que apenas lo entiendo), me miraba de lejos, me sacaba la lengua y él seguía con su mirada inquieta. Mientras que yo sabía de él si estaba cansado o no. Recuerdo que un día se plantó, no quería caminar estaba muy cansado. No se quería mover, tuve que esperar unos minutos para que se levantara. Por esos recuerdos mi amistad con él crece. En medio de ese alboroto por la operación de Bart me acordé de San Antón, mi madre que tiene un santoral privado, pero, desgraciadamente, no lo tiene entre los suyos. La tradición alrededor de este santo ha sido, felizmente, reinventada, es el santo de las mascotas y demás animales. San Antón tiene una nueva seña animalista y espero que de fuerzas a Bart para salir de este bache.

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