Como era de esperarse, se han escrito miles de crónicas sobre Gabo, después de su muerte. Se han reproducido sus frases, especialmente aquellas que tienen que ver con el oficio del periodismo, al que entregó toda su vida el Premio Nobel colombiano, desde la práctica hasta la organización de seminarios y talleres a través de la Fundación que tiene su sede en Cartagena de Indias, una de sus ciudades favoritas desde la que conoció en sus años juveniles de vagabundo.

Pero ha sido una peruana como Josefina Barrón, quien a través del diario “El comercio”, escribió el domingo uno de los mejores artículos porque establece con claridad el legado que dejó el escritor. Es decir, la forma cómo narró la realidad, la maravilla que hizo con las palabras y la magia que impregnó a todas sus acciones. Barrón nos recuerda que en una entrevista Gabo dijo que uno de sus grandes sueños era ver la vida desde la muerte. Lástima que ya no viva para contarla.

Esa misma peruana, es decir Josefina, nos ha recordado al Gabo humano y desde mi ordenador ha vuelto a mi memoria el libro que escribió hace algunos años Plinio Apuleyo Mendoza donde el paisano confiesa que antes de terminar “Cien años de soledad”, el oriundo de Aracataca, le tenía un miedo terrible a los vuelos en avión. Pero que después de publicarlo ese miedo desapareció. Al ser preguntado sobre el motivo de la desaparición de ese medio el autor de “Crónica de una muerte anunciada” reveló que ya podía morir tranquilo, que ya descansaba en paz. Claro que después nos premió a todos los lectores con “El amor en los tiempos del cólera”, uno de sus trabajos mejor logrados, sin duda.

Más allá de todo escrito por él y sobre él, el legado más importante que nos deja Gabo es la humildad a pesar de haber tenido la fama que acarició antes y después de recibir el Premio Nobel. Él mismo decía en las entrevistas que la fama es tan dañina como el poder y que destroza a la persona si es que no se sabe administrarla y convivir con ella, es decir nunca alejarse de la realidad. Cosa curiosa, quien se pasó casi toda su vida inventando realidades se aferraba a ella para no morir bañado por la soberbia y la vanidad. Esa nobleza se tendrá que valorar algún día tanto como su obra. Como se tendrá que valorar aquella decisión de no recibir ningún premio ni reconocimiento después de haberlo hecho en Estocolmo. Como igual se valorará aquella decisión de retirarse de las actividades públicas cuando las condiciones ya no eran las mejores y redujo al mínimo sus apariciones.

Saber retirarse a tiempo. Conocer tanto las habilidades como debilidades. Reconocer que el tiempo pasa y no se detiene. Creerse mortal a pesar de la inmortalidad de lo realizado. Todo ello en medio de la humildad, que es el antídoto necesario para desterrar la vanidad y soberbia de las acciones humanas que tanto daño han hecho según cuenta la historia. Eso nos ha recordado el artículo de Josefina Barrón la mañana del domingo como si fuera la fiesta de Pentecostés, que tanto aludió Gabo en sus obras.