Por: Moisés Panduro Coral

Han quedado sin efecto los padrones de afiliados en el Partido Aprista que estuvieron vigentes hasta el día de las últimas elecciones internas del 3 de mayo pasado. La dirigencia, asimismo, ha resuelto realizar un proceso de reinscripción que tendrá, esta vez, varios tamices de carácter ideológico, político, conductual y legal con los que se espera depurar a los indeseables en una organización política que se precia de ser heredera de una historia plena de apostolados por la justicia social, orlada por una aura mística que se construyó por décadas en las luchas por la revolución social de pan con libertad, y que es excelsa en biografías ejemplares que jamás deberían ser manchadas por la mediocridad y la corrupción.

En una sociedad tan corroída por sus vicios, es difícil conocer el alma de las personas. De allí que se vuelve una tarea casi imposible conocer cuáles son las reales y profundas motivaciones personales que tiene un ciudadano para enrolarse en un Partido, y, por ende, cuáles serán los límites y concesiones de su comportamiento de afiliado. En el aprismo, partíamos de la premisa de que quien desea inscribirse en el Partido lo hace con la entera convicción de sus ideales, con la conciencia limpia y concentrada en materializar esos ideales “bellos y justos”, con la vocación de servicio que es intrínseca a la acción política, y con la comprensión total de que se convierte en heredero de una riqueza cuyo patrimonio principal son las vidas íntegras, justas y de espíritu superior de quienes nos legaron este valioso instrumento político.

Empero, nos hemos equivocado en la premisa. No hemos visto, o no hemos querido ver, ni aceptar que desde hace unos 25 o 30 años veníamos siendo contaminados con el virus de los males políticos más recurrentes ligados a la corrupción que lo infecta todo, a saber: el clientelismo que distribuye favores, regala de todo y acarrea portátiles; el oportunismo que es reprochable en cuanto no obedece a una estrategia política, sino a un interés personalista; el camaleonismo y el arribismo que hacen alusión al cambio de color según la ocasión y a la justificación de los medios para llegar al fin; el caciquismo que no permite una auténtica renovación generacional y propositiva, gradual y combinadora de experiencias y entusiasmos; el mercenarismo, pariente en primer grado del mercantilismo que todo lo ve negocios, ganancias, y cuando no, usuras y coimas; el transfuguismo, una versión refinada de lo que antes sin sentido figurado ni eufemismos se llamaba traición política cualquiera fuera su origen; entre otros.

Una institución política como el aprismo tiene que despercudirse de toda esta basura conductual, no podemos quedarnos cruzados de brazos mirando como el lodo del mal comportamiento de otros nos salpica. Por eso, como militante, aplaudo la decisión del Partido de suscribir y aplicar un convenio con el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (RENIEC) para reeestructurar completamente nuestro padrón de afiliados, proceso en el que se deberá acreditar una sólida y convincente identificación y compromiso con nuestra doctrina; con nuestra ideología, que más que un simple esqueleto teórico de ciencia y filosofía, es un cuerpo dinámico de reflexiones que partiendo de la perspectiva humana de la justicia y la equidad, y de la evolución científica e histórica trata de llegar a la razón de ser del militante, a la virtud u objeto existencial de quienes se identifican con él, a enmarcar la vidas de quienes se suman a su causa. Pero no es lo único; siendo posible hoy que podamos conocer mejor a quienes desean inscribirse o reinscribirse en el Partido, ésta es la oportunidad para acreditar la honestidad y la transparencia de nuestros militantes a través de la revisión de sus antecedentes penales, especialmente.

Tengo claro que soy sólo un militante más del aprismo, pero no quisiera ver mi nombre y apellidos ni el de mis compañeros leales y honestos, al lado de reales o potenciales delincuentes, tránsfugas, coimeros, vendidos o uñas largas. El aprismo, decía Haya de la Torre, antes que Partido es una Escuela, y hacia el Partido-Escuela debemos volver.