Por: Moisés Panduro Coral

 

En este tiempo de la humanidad, es común ver a un niño de cuatro años manejando dispositivos móviles, interaccionando con juegos informáticos o digitalizando tablets y laptops. Esa precocidad de comprensión y aplicación de los signos de la informática pudieron parecernos extraordinarios hasta hace unos cuantos años, hoy forma parte de lo cotidiano y es altamente probable que, en un corto tiempo, esa destreza infantil se anticipe aún más.

A mediados del 2015, Facebook, una de las redes sociales más populares del planeta, anunció que estaba llegando a los 1,500 millones de usuarios, una impresionante cifra pues en épocas pasadas alcanzar un mercado de apenas 50 millones de usuarios, le costó a la radio 38 años y a la televisión 13 años.  A principios de este año, Mark Zuckerberg, su fundador, afirmó que al 2030 Facebook tendrá unos 5 mil millones de usuarios que representan el 60% de la población mundial si tomamos en cuenta que en ese año llegaremos a ser 8,500 millones de humanos.

No sólo son cifras las que impulsa este indetenible y colosal acceso a la tecnología. Bruce Lahn, un famoso científico genetista norteamericano, ha afirmado recientemente que el cerebro humano está evolucionando en tamaño y complejidad, y que es previsible que en unos miles de años más tengamos una especie humana diferente a la actual, en hábitos, habilidades y perspectivas, poblando la Tierra, si es que ésta subsiste a la presión sobre sus recursos naturales, si se revierten los efectos del cambio climático o si antes no se produce un evento cósmico de magnitud insospechada.

En el momento presente, sin embargo, los cambios sociales y culturales derivados de la tecnología ya los estamos palpando. Eduardo Zapata, un notable maestro, autor y especialista peruano en Lingüística y Semiótica, sostiene que la palabra hablada como tecnología de información creó la cultura de la oralidad (transmisión oral de historias, leyendas, mitos, etc.) con alta dosis de subjetividad, mientras que la palabra escrita gestó la cultura de la escribalidad que omite detalles del contexto porque tiene una carga obligatoria de objetividad que debe plasmarse en un texto.

En el mismo sentido, la tecnología de información disponible vislumbra una nueva cultura: la de la electronalidad, que por increíble que parezca nos está devolviendo a la oralidad. El humano de la etapa electronal es más adepto a las imágenes que a los textos, pues a partir de su visualización construye su propia oralidad interpretativa, argumentativa o discursiva. Ponemos una foto o una imagen en Facebook y cosechará muchos likes y reacciones emocionales diversas, mientras que si ponemos un texto puro los likes y reacciones serán escasos, y si el texto es extenso hasta puede pasar inadvertido.

No sólo eso. El escriba electronal, -en mayor medida el de origen nativo digital- obvia las vocales al escribir un comentario en Facebook, o al comunicarse por Chat o por WhatsApp. Escribe, por ejemplo, ‘tbn toy bn’ (también estoy bien), o ‘tkm’ (te quiero mucho) o simplemente activa un emoticon corazoncito rojo para decir lo mismo, lo que indica un retorno a las primeras escrituras fonéticas que fueron consonánticas y a la simbología anterior a la escritura. El que tuitea, por su parte, trata de hacerse entender ahorrando tiempo y palabras, con lo cual, sin darse cuenta, está regresando al telegrama.

Entonces, si así es como van configurándose los nuevos escenarios de la tecnología, la sociedad y la información, imagínense cómo debe configurarse la política para responder a esos nuevos escenarios. Sin duda alguna, es urgente acometer un cambio disruptivo.