Por: Moisés Panduro Coral

 

Mi amigo periodista Lucho Luna dirigía hace unos años el noticiero radial más sintonizado en una de las emisoras más antiguas de Iquitos. Tenía un lema con el que iniciaba su programa todas las mañanas: “Una persona sin información es una persona sin opinión”. Tenía opinión, pues se daba la tarea de escribir su editorial, entrevistaba con espíritu indagador, y difundía noticias sin caer en los extremismos mediáticos que son comunes hoy: ni adulación, ni ofensa; ni sobonería, ni insulto.

Lucho, al igual que otros periodistas iquiteños de los ochenta de los que yo tengo el mejor de los conceptos y recuerdos, es un referente para los que desempeñan este oficio considerado uno de los oficios más nobles del mundo. En mi modo de ver, quienes practican el tipo de periodismo que hacía Lucho marcan la diferencia respecto de sus demás colegas que han trastocado la nobleza de la libre expresión en una vileza silenciadora y denigrante alimentada por los contratos de servicios que manejan los alcaldes, alcaldesa y gobernador regional a través de sus oficinas de imagen institucional, y sostenida por las prebendas que pagan algunos beneficiarios del reintegro tributario.

Ahora bien, no está mal que el periodismo haga empresa. No cuestiono aquí el financiamiento de una gran parte del periodismo que, todos sabemos, se hace con el dinero de los ciudadanos y contribuyentes y no con el bolsillo de la autoridad o del poderoso. Lo que cuestiono es que en un apreciable porcentaje, ese financiamiento sea el germen comportamientos poco éticos en el manejo de la información que debe recibir el ciudadano. Si antes Lucho Luna se esmeraba en que todas las personas tengan información de calidad para que se formen una opinión de calidad en medio de un debate de calidad y hacia una sociedad de calidad, lo que vemos hoy es que varios ni siquiera tienen noción de lo que es la información, pues creen -de manera ignara- que su opinión personal es la información en sí misma.

Pero esto no es nuevo. En realidad esta insanía de la información fue incubándose desde el fujimorismo, germinó en los CTARs, se replicó en las regiones y creció estratosféricamente durante los ocho años que un eterno candidato a todo dirigió el gobierno regional. En el año 2008, la prensa que él financiaba tildaba de “traidores a Loreto” y “vendidos al grupo Romero” a quienes sustentábamos la necesidad de gestar una ley que  promoviera la inversión privada en reforestación y agroforestería; iguales epítetos nos ganamos  cuando nos manifestamos en contra de los paros que el ex gobernante promovía desde la comodidad de su despacho, en la oportunidad que nos opusimos a que continuaran las exoneraciones y reintegros tributarios en la forma como se han estado dando.

La cosa no ha cambiado mucho, pues en este momento tenemos a otro en su lugar que mandó a su prensa a tildar de “traidores a Loreto” a quienes denunciamos la arbitrariedad de los paros con los que se quería presionar para que la contaminadora Petroperú se haga cargo del Lote 192. El fracaso de esta empresa en la administración del oleoducto nos ha dado la razón, pero ninguno ha tenido la gentileza de borrar las pintas ignorantes y agresivas que nos endilgaron. Ahora nos dicen “traidores a Loreto” por cuestionar el exabrupto del gobernador regional de “independizar a Loreto” ignorando groseramente que una expresión infeliz como ésa refuerza las tesis de chilenos, ecuatorianos, brasileños y colombianos que dicen que el Perú nunca tuvo dominio sobre la amazonía.

Por eso, más que “independizar a Loreto del Perú mediante un referéndum” como propone nuestro folklórico gobernador regional, lo que debemos hacer es independizar a Loreto de la ignorancia en la que le está sumiendo la falta de información, la información malandrina, la información deformada y prostituída por el contrato de servicios en alguna dependencia pública o por el estipendio a recibir de algún poderoso empresario. Es necesario volver al periodismo que hacía Lucho Luna.