Por: Moisés Panduro Coral

Una reciente y equivocada imputación de no cumplimiento de requisitos a un funcionario designado por un gobierno local para dirigir una empresa de servicios de saneamiento, ha traído a debate nuevamente el asunto de la validez de los grados académicos para efectos laborales en el sector público. Se han convertido en requisitos ineludibles para el desempeño de funciones en el ámbito del Estado, y por ello, las oportunidades y facilidades para su obtención se han masificado y mercantilizado tanto en el Perú que se han descuidado los parámetros de calidad que lleva consigo el poseer tales grados. La oferta de estudios de post grado es muy amplia, pero la exigencia de calidad es divergente, discutible, cuestionable. No creeo errar si afirmo que muchas de nuestras universidades se han convertido en fábricas de cartoncitos de maestrías y doctorados.

Ahora bien, pocos toman en cuenta que un título profesional no es lo mismo que un grado académico. El título profesional es el testimonio de aptitud, la certificación oficial y única que la autoridad universitaria a nombre de la Nación otorga a un ciudadano que ha seguido estudios universitarios, para ejercer una determinada actividad profesional en las diferentes especialidades: ingeniero, médico, licenciado, abogado, etc. El grado académico, en cambio, es el honor y evidencia de dominio, el nivel de escalamiento sucesivo en lo cognoscitivo, procedimental y filosófico que un ciudadano va logrando en su trayectoria universitaria: bachiller, magister y doctor, en ese orden de menor a mayor. Uno puede llegar al grado de Doctor, sin tener título profesional, por ejemplo.

¿Estamos mejorando el nivel de desempeño del funcionariado público sólo porque los que allí estén porten un grado académico en su hoja de vida? Todos quisiéramos que la respuesta sea positiva, pero la durísima realidad nos evidencia que la ostentación de un grado académico de mágister o doctor, en el actual momento y en cualquier lugar de nuestro país, no es garantía de un mejor desempeño profesional. Primero, porque la calidad y el nivel de exigencia académica deja mucho que desear, y segundo, porque de nada sirve un hombre cargado de títulos, grados, honores y medallas, si carece de esa inspiración superior que viene de la integridad, la honestidad, la sencillez, la austeridad y la decencia que debe portar en el fondo de su ser.

Es necesaria una revisión progresiva, integral y decidida de los requisitos para el acceso al funcionariado público en cualquiera de los niveles de gobierno. Un título profesional o un grado académico requerido debe ser inseparablemente vinculado al exhorto de la práctica de valores que la entidad requiere para cumplir su misión institucional, ser eficiente y eficaz en cuanto a resultados y logro de metas, y ser transparente en cuanto al manejo de recursos públicos.

Igualmente, la institución encargada de la evaluación, acreditación y certificación de la calidad educativa en el Perú está obligada a desarrollar un intenso y efectivo monitoreo y seguimiento de las ofertas de estudios de post grado.

Empero, insisto en que la validación de los grados académicos debe hacerlo cada uno en su vivencia, en su comportamiento y en su experiencia. Si eres Magister, no lo digas, ni lo firmes; actúa como debe actuar un Magister: maestro, especialista, experto, dominador del tema, y con ello prestigia a la entidad que te tiene en su seno. Si eres Doctor, tampoco lo digas, ni lo firmes, actúa como debe actuar un Doctor: visión holística, entendimiento filosófico, búsqueda de la trascendencia humana, honor en tus actos, y con ello prestigia y contribuye a hacer mejor la sociedad de la que eres parte.