En términos electorales parece que el tiempo hubiera retrocedido. O, también, que se ha detenido. Por lo menos al año 2010. Pues los candidatos solo se han reciclado al mejor estilo del marketing electoral y han moderado el discurso en unos casos y en otros han radicalizado sus propuestas porque las circunstancias así obligan.

Pero los contrincantes, básicamente, siguen siendo los mismos. Fernando Meléndez creía que bajo la protección de Charles Zevallos lograría la Presidencia del Gorel y hoy cree lo mismo con la ausencia de quien hizo de la campaña pasada un festival de besos en la boca mezclados con necesidad. Jorge Mera apostolaba sobre las bondades machistas del gallo haciendo de dicho animal un agente activo del peor proselitismo. Elisbán Ochoa creía que desde el campo a la ciudad se puede ganar una elección cuando es exactamente a la inversa.

Quizás la ausencia más notoria será la de Robinson Rivadeneyra, quien a pesar de la catástrofe electoral del 2010 intentó  buscar un espacio en este 2014 pero con una estrategia torpe e impropia para sus propósitos. El primer presidente electo por el voto popular del Gorel creyó tontamente que podía planificar su reingreso a la arena política loretana desde Pucallpa cuando él y los demás políticos saben y han comprobado que el electorado loretano castiga la lejanía y la ausencia de los líderes. Luego se equivocó de cabo a rabo intentando judicializar casos que eran menores a los perpetrados por su administración. Finalmente, se equivocó al pretender que contratando espacios en medios bajo la careta de «entrevistas» podía marcar la agenda mediática y en torno a su figura. Una de sus penúltimas torpezas fue el intento de erigirse como abanderado de los opositores a la actual gestión regional cuando era evidente que ocupa el sexto lugar en preferencias y esa condición le hace débil ante los demás que están luchando desde el tercer lugar y más adelante.