No hay fotos de la escena. En aquella época, primeros meses de 1968 -aún no se había producido el golpe militar del general Juan Velasco Alvarado contra el arquitecto Fernando Belaúnde Terry- era imposible siquiera pensar en los teléfonos portátiles con cámara de fotos incluidas y muy difícil convocar a un fotógrafo para que inmortalizara en imágenes imprimibles lo que la memoria mantiene por más de 45 años. No hay fotos, pero hay recuerdos. Y cada vez que pienso en ese día viene a mi mente como una película.

Puerto de Bellavista Nanay, mi madre cogiéndome de los brazos ante la mirada atenta de mi padre que seguramente solo acudía a despedirnos. Regresábamos por breves días al pueblo de origen. Al fundo Estrella, previa escala en Barranca -el campamento militar hoy abandonado no solo por la geopolítica- y antes en San Lorenzo, que ya por esos años se vislumbraba como la zona donde finalmente quedaría la capital distrital, aunque hoy se ha convertido en la capital provincial y un centro a veces desconcertante de gente que va y viene tanto de la Costa como de la Selva misma. Pero, claro, ese es otro tema. Regresemos a Bellavista Nanay.

El puerto no ha cambiado mucho, que se diga. La misma precariedad, los mismos portones, igual escasez de servicios elementales. Una eventualidad más producto de la naturaleza que nos quita y nos da el agua en los ríos con la misma periodicidad que el cambio climático nos señala. Y, felizmente, con relación a este columnista, la misma madre que por esos años me acompañaba -¿o era a la inversa?- hoy también lo hace. Con la misma complacencia, con la misma dedicación de esos años infantiles.

Esa escena con mi polo naranja manga larga con la figura de “Archi” en tono negro en el pecho no se ha borrado de mi mente. Y vuelve, cada temporada. Sin avisar, sin aspavientos. No hay una explicación lógica para que vuelva a mis recuerdos. Yo, cada vez que lo hace, trato de encontrar un motivo. Y esta mañana, víspera de cumplirse los 17 años de la partida de Carlos Toribio a mundos inexplorados, la imagen ha regresado con todas sus evidencias. Y yo, incrédulo cada vez más a las cosas extraterrenales, tengo que admitir que en esas imágenes creo notar la presencia de ese hombre amazónico que junto con Julia Judith me trajeron a este mundo para recorrer los caminos de la vida e intentar narrarlos para que provoque en ustedes la misma sensación que produce en mí el escribirlos a pesar de los años transcurridos.

Y yo, incrédulo cada vez más a las cosas extraterrenales, tengo que admitir que en esas imágenes creo notar la presencia de ese hombre amazónico que junto con Julia Judith me trajeron a este mundo para recorrer los caminos de la vida.