Cuando evoco a Brasil se me viene a la retina mis caminatas por el malecón de la calle de la Paciência, en el barrio de Río Vermehlo y en mi interior hay un ritmo sandunguero de los atabales de esa ciudad. Por dónde caminaba muy temprano, a las seis de mañana ya a pleno sol, había el canal de un río pero este era de color rojo si no de color verde y con olores pocos agradables. Y mi memoria también evoca as praias do Bahía. Es una ciudad como casi todas las latinoamericanas llenas de contraste y de desigualdades sociales. Es un país con muchas caras como casi todos. Pero a mí cuando evoco Brasil me tira más Bahía y el barrio de Río Vermelho, no sé porqué. Tiene su encanto y calidez. Quizás el tener como compañero de viaje el libro de Jorge Amado sobre la historia y el presente de esta ciudad haya condicionado mucho mis anteojos. Mi prisma es diferente. A igual que el hecho que haya estado antes en Lokossa, Cotonou, Portobello, Ouidah en Benín, pienso que Bahía, en parte, es la continuidad de ese fragmento de historia de muchos descarriados (la historia hay que escribirla al revés). De ese relato lleno de dolor y que todavía lucha por la emancipación. La población negra en África era capturada (hasta deshumanizarla) y traída en calidad de esclavos a las tierras del hoy Brasil, era el imperio portugués, en Bahía. Se observa cierto mestizaje pero hay que tener cautela en el uso de esta palabra y su concepto porque lo híbrido puede ser un ungüento para esquivar las injusticias y el racismo todavía vigente.

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