Desde la lejanía rural, desde la remota Andoas, estalla una vez más la dramática alerta, la desesperada advertencia,  contra los desmanes ocasionados por la empresa Pluspetrol. Calificados dirigentes indígenas, pertenecientes a  varias naciones oriundas afectadas, han vuelto a denunciar la contaminación que padecen las aguas y los bosques que les pertenecen desde hace milenios. Lo anterior no sólo es  inesperado, si no que es absolutamente grave. Y lo es si consideramos que, hasta hace poco, a raíz de los conflictos entre moradores de esos ámbitos y la empresa petrolera hubo hechos violentos, con heridos, muertos y sometidos a juicio.  Era el año del 2008 cuando estalló la violencia.

Pero, ni los eventos luctuosos, ni las pérdidas lamentables, ni el dolor de los deudos, han logrado traer después la concordia. La tensión, el litigio, la desavenencia, han continuado, debido a nuevas operaciones de la empresa mencionada.  Esta, de acuerdo a la versión de los oriundos  en pie  de lucha,  no ha tomado las medidas  necesarias para evitar la contaminación de otros ámbitos, de otras áreas. Entonces es como volver al inicio del conflicto entre indígenas y forasteros. Donde estos últimos creen que pueden hacer de las suyas en tierra ajena, sin respetar los códigos de conservación del medio ambiente.

La inesperada alerta de Andoas debe ser atendida de inmediato. La búsqueda del diálogo se impone sin pérdida de tiempo. Es otra de las horas feroces para los indígenas de esos predios lejanos que desde hace siglos se defienden de agresiones, de vandalismos. Y hay que evitar que el conflicto se exacerbe y estalle, otra vez, la violencia. Hay que impedir que se extienda la urna funeraria de siempre y que la justicia se imponga a favor de los excluidos y desheredados de estas tierras.