Desde mis años de la universidad mi amistad con Armando Guevara Gil ha resistido el paso del tiempo. Admiré y valoré su honestidad y desprendimiento intelectual. Nos han pasado muchas cosas pero hemos estado ahí hablando, dialogando sobre los baches de la profesión y de la vida. Gracias a él, de manera indirecta, me interesé por los temas de Historia del Derecho (ámbito del Derecho muy desinteresado en el condado literario amazónico de Isla Grande), su tesis de bachiller y publicación posterior fue un estímulo para mí, “Propiedad Agraria y Derecho Colonial. Documentos de la Hacienda de Santotis Cusco (1543- 1822)”, su aporte crítico fue el principal acicate para emprender cualquier investigación. Estuve en la presentación del libro de la Universidad Católica de Lima. Y cuando empecé a trabajar en la búsqueda de expedientes judiciales en el sótano de la Corte Superior de Loreto fue él que me espoleó en la investigación de lo que luego sería “Bonifacio Pisango, entre el descanso de purmas y la memoriosa memoria del tiempo” donde quería probar el poco trabajo de archivo relacionado con el Derecho en los tiempos del caucho y donde algunos, con cierta ingenuidad, se llevaban las manos a la cabeza por cuestionar ciertas fuentes y autores tradicionales de este lado de la floresta. Sin el aliento de Armando no lo hubiera podido concluir la gesta judicial de Bonifacio Pisango. Uno de los sueños/planes en común era investigar sobre la propiedad en la región de la costa, sierra y en la selva entre otros (seguirá pendiente). Luego trabajando en una institución, en Iquitos, relacionada con la defensa de los derechos fundamentales con él nos aliamos para poner en escena el evento “Antropología y derecho. Rutas de encuentro y reflexión” que luego fue plasmado en un libro. Desgraciadamente, esto no continuó en un área geográfica donde la pluralidad jurídica trasunta por los poros. Y estando en Madrid me ha visitado dos veces. Una vez de noche que nos pusimos a recorrer la villa de Madrid casi hasta las cinco de la mañana la hora que él debía tomar el vuelo a Lima. Y la segunda vez, ha sido estos días donde hemos pateado Madrid a nuestro gusto y metiéndonos en librerías para hurgar novedades, grata tentación. En la caminata por la almendra madrileña hablando sobre la profesión, el país, la situación de España, autores que estamos leyendo, de sus hijos. Como si a pesar de la brecha geográfica y del tiempo no hubiera pasado nada a nuestra amistad. Gracias, Armando.