ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
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Si con una palabra se puede resumir la relación del autor con su padre es ésta: pornográfica. Así lo afirmó Beto Ortiz una mañana de domingo en su columna semanal y desde esa lectura me ha salpicado la curiosidad de leer “Pequeña novela con cenizas” de Juan Carlos Yrigoyen. Pero tenía que terminar lecturas pendientes. Pero la curiosidad estaba allí. Aún en las páginas de las lecturas pendientes. Pornográfica, pornográfica. ¿Se puede tener una relación pornográfica entre padre e hijo? Seguro. Pero viniendo la aseveración de un lector ávido y escritor más ávido la palabra adquiere dimensiones impensables. Hasta que no aguanté la curiosidad y me sumergí a una librería. Varias vueltas sobre los estantes. Diversos pensamientos en la mente. Dudas y murmuraciones. Ya no podía más. Treintaicinco soles. No hay rebaja y tampoco edición pirata. Por lo menos no en los suburbios fenicios de la bibliografía limeña. Así que a hojear el libro mientras se sortea el tránsito limeño.

Y con estremecimiento corporal y desparpajo temporal sigo las páginas de esta obra que –tercamente en esta recomendación- pienso que todo ser humano debe leer lo escrito por Yrigoyen. Cien páginas exactamente, como si el novelista hubiera calculado llegar hasta el cien acompañado de los lectores. Mil ejemplares fue el tiraje y la advertencia moderna: “La editorial no asume ninguna responsabilidad por el contenido del presente trabajo periodístico e investigación respectiva, siendo el autor el único responsable por la veracidad de las afirmaciones y/o comentarios vertidos en esta obra”. Claro, es un libro de autoficción, el último de los vocablos inventado por la industria libresca que, a veces, es un poco canallesca. Les invito a leer esta obra con este párrafo de estímulo escrito en la contratapa:

“Casado, sin empleo y con una hija, un escritor sufre una fuerte depresión que lo lleva a recorrer todos los días las calles de Lima como si fuera el inopinado protagonista de una película de zombies. La herida está abierta, pero quien deambula no está totalmente destruido; en sus restos queda un aliento que le permite encauzar sus fuerzas creativas hacia un proyecto final: escribir un ensayo sobre Pier Paolo Pasolini, el provocador poeta y cineasta italiano, cuya vida se convierte en símbolo y contrapunto de la que él vivió, o en todo caso, de la que debió vivir. (…) Nace una novela de autoficción íntima e intensa, cómplice y vibrante, que puede leerse como un ajuste de cuentas con la paternidad biológica, pero también con la literaria”.

La literatura, como el narcotráfico o el crimen organizado, también funciona como ajuste de cuentas. Una especie de sicariato donde uno no se sabe si el escritor es víctima o victimario.