El discurso alucinado en “voces desde la orilla” de Ana Varela Tafur

Gloria Mendoza Borda*

La literatura, a lo largo de su historia, ha servido para marcar territorio, para volverlo segmento del mundo, y que ese segmento se universalice desde su concepción individualista.

Xavier Oquendo Troncoso

Un primer acercamiento literario que tuve con Ana Varela Tafur fue en el Encuentro de Escritoras Peruanas organizado por la Red de Escritoras Latinoamericanas (Mariella Sala, Carmen Ollé y otras) en 1999. Un año después el estudioso de la literatura peruana Manuel Jesús Baquerizo, nacido en Huancayo, murió el 2002 en Lima, nos convocó a participar en el Coloquio de Literatura Peruana en la ciudad de Huancayo para revisar los 25 últimos años de creación literaria. Compartí habitación con la joven poeta Ana Varela Tafur, conversamos, caminamos, leímos. Fue un curioso encuentro amazónico y andino. El maestro Baquerizo manifestó su fe en nuestro trabajo: Ana Varela (Iquitos), Carolina Ocampo (Huancayo), Ana Bertha Vizcarra (Cusco) y la que escribe esta nota por Puno. Estoy recordando a escritoras que viven en el interior del país. Al poco tiempo de este encuentro, en la ciudad donde resido, Arequipa, recibí el libro Voces desde la Orilla. Luego de una cuidadosa lectura del libro me viene a la memoria el ecuatoriano Xavier Oquendo cuando dice que los escritores jóvenes del momento no quieren hablar de sus orígenes, temen hacerlo, corren de aquella “identidad”, escriben con influencias extranjeras, sin embargo, al leer a Ana Varela, sentimos exactamente lo contrario, es acercarnos a una porción de nuestra historia en cualquier parte del mundo, a su crisis, a sus luchas, a su origen. Ana Varela nos presenta el mundo amazónico pero con una pasión avasallante, con un optimismo inquebrantable, con una esperanza desbordante. Ya no se puede discutir el hecho de que los escritores a diferencia de los efímeros gobernantes pueden universalizar sus pueblos (Rulfo, García Márquez, Neruda, Ibarbourou, Pizarnik). La palabra tiene el poder de la guerra y la paz, de las estrellas, de la fruta, del dolor, de la alegría, traspasa las fronteras de todos los espacios, traspasa las fronteras de la mariposa y todos sus vuelos. Los escritores tienen el poder poético de la vida, los pueblos y los sueños.

Ana Varela Tafur nació en Iquitos en 1963. Fundó el Grupo Cultural URCUTUTU (poetas, periodistas, teatristas, pintores). Este grupo cumplió su cometido, su ciclo de existencia; los entonces muy jóvenes artistas, hoy nos entregan la afirmación de su arte, además se trata de un grupo que buscó integrar todo el ambiente cultural. Al paso de los años, creemos que este grupo fue positivo en la afirmación cultural del pueblo de Iquitos y que muchos de sus integrantes han rebasado las expectativas nacionales. En 1996 el Programa Aschberg para Artistas de la UNESCO la envió a Mishkenot Shaananim;  de Iquitos partió a Jerusalén. En 1998 la Agencia Española de Cooperación Internacional la llevó a Madrid. De Iquitos partió a España con su rostro de niña eterna. Su punto de partida fue nuevamente su ciudad.                                        

Ana Varela fundamentalmente es poeta; fue profesora en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, desarrolla el periodismo cultural. El año 2003 dejó el cargo de Directora del Instituto Nacional de Cultura para partir a California lugar donde reside en el momento. Editó la revista Hojas de Hierba. Publicó con Pedro Vílchez El sol despedazado en 1991.  El año 2002 partió a México al Encuentro Internacional de Escritoras en el País de las Nubes. En el Perú ha participado en innumerables actos literarios como expositora. Su último libro es Dama en el escenario. Ese libro empieza con el epígrafe de Alejandra Pizarnik “Y aunque la puerta se abriera,/ aunque el mundo le tendiera los brazos/ como a una hija pródiga, aunque Dios/ surgiera de su ser, henchido de/ certeza, y le asegurara que la eternidad/ es algo más que una palabra poética,/ ella sabría, en lo más hondo de sí/ misma, que la puerta aún estaba/ cerrada, que su verdad era el desierto/ de cenizas. Su verdad, la que surgió/ una noche en las tinieblas del teatro…” Indudablemente la dama en el escenario de este libro surge de esas tinieblas del teatro de Pizarnik.

Ana Varela tiene el mérito de haber ganado el Premio Copé de Poesía en 1992 con el libro Lo que no veo en visiones. Allí empieza el interés por su poesía, por el Amazonas, acababa de surgir una voz femenina que estaba sacudiendo Lima y el país con una poesía magistralmente trabajada. El ambiente literario de la capital la  recibe alborozadamente. En atención a la publicación de su primer libro estaríamos situando la poesía de Ana Varela más allá de los años 80.  Los escritores Rodolfo Hinostroza, Luis Hernán Ramírez, Sonaly Tuesta y Percy Vílchez, entre otros, escriben sobre este primer libro de Ana Varela.

La española Nuria Amat afirma “Es preciso un lenguaje que tenga la marca de alguien. Hace falta un estilo, un tono, una técnica, un arte, una invención. Voz que se escucha no como eco de otras voces sino como una nueva articulación sonora en el mundo y del mundo”. Exactamente en la poética de Ana Varela se percibe con claridad un tono distinto; trabaja con rigor a la palabra, la redescubre en nuestro subterráneo, cosecha de frutos nuestra piel; aborda la temática lugareña con el rigor del verde y sus múltiples posibilidades de un espléndido cuadro de pintura; nos sacude su reverencia en medio de la brisa de los ríos humanizados donde las algas alzan los brazos hasta tocarnos. A pesar de los difíciles medios de comunicación tiene el mérito de haber llamado la atención sobre su ciudad, con constancia, con fe y esperanza. La poética de Ana Varela ya es un estilo y una inventiva personal porque quien busca, porque solamente quien busca, quien persiste encontrará y Ana Varela es consecuente en la defensa de lo suyo como buena nieta de la abuela huitota llamada también Ana, a quien dedica el libro. Es doblemente sorprendente el compromiso que adquiere con los desposeídos que saben amar los luceros y la naturaleza en todas sus dimensiones y en todos los colores, por ello cada poema suyo es un cuadro visual de esplendor y denuncia, lejos del tono florido en muchos textos de la provincia peruana.  En el libro Voces desde la orilla prima el efecto literario sobre el social. Sin embargo, se funden los dos aspectos necesarios en todo proceso creador porque la literatura sirve para reflejar la realidad donde vivimos en todos los tiempos y en todos los espacios.

Las escritoras de la generación del 80 escriben desde el  grito del cuerpo (no todas) con sorprendente y admirable resultado. Ana Varela a contracorriente hace todo lo contrario. Ambas opciones son meritorias porque responden a distintas realidades. Las escritoras del 80 abrieron nuevas ventanas, metieron bulla y hubo respuesta. Las poetas del 80 dejaron de ser los ángeles de la casa (en los cielos debe estar contenta Virginia Woolf, debe estar celebrando la batalla), en esta década aparecen escritoras en la crítica literaria, en ensayo y en todos los campos que antes difícilmente incursionaban, ese valor debemos  reconocer en esta generación. La generación del 70 fue la que abrió la puerta grande, fue una generación contundente, fuerte; las poetas del 70 levantaron su voz de compromiso sin temor. En cambio, las escritoras del 80 desnudaron la palabra. En esos momentos el Perú vivía los terribles años de Sendero Luminoso, de doble terrorismo, de inocentes campesinos muertos, de niños huérfanos. Las escritoras del 80 trabajaron a espaldas a esta realidad. Ana Varela más joven que ellas inventa su propio lenguaje amazónico, lejos del centro.  Las escritoras de la capital perfectamente calibradas en las nuevas tendencias de la modernidad y posmodernidad, se acercaron a esta nueva manera de reinterpretar el Perú profundo.

Ana Varela poetiza la historia del Amazonas, su voz es múltiple. En su palabra poética aflora el inconciente colectivo. Su poesía se nutre de su tierra desarrollando un extraordinario aporte a la poesía peruana escrita por hombres y mujeres.

Voces desde la orilla universaliza el Amazonas. Sus palabras fluyen del agua, solemnemente nos habla de esas voces con una larga tradición, muchas veces perdida en una historia todavía no escrita pero sí poetizada ahora por una de las más intensas poetas del Perú. Ana Varela es una adivina, una vidente, una constructora de símbolos que surgen de los ríos que circundan Iquitos como sus principales vías de comunicación.

Nuestros archivos guardados en la memoria son el colectivo popular, toda esta historia está guardada en los archivos de la luna y el sol en medio de fatigas, de canoas, de lluvia, de ríos interminables y exuberante vegetación. Estos archivos están presentes no solamente en la memoria de Ana Varela sino en todos los peruanos.

El libro Voces desde la orilla empieza  con los epígrafes de Federico García Lorca, Carlos Reyes, Blanca Varela y César Vallejo. El libro comprende dos secciones Archivo de rutas y Registros Pluviales. En la carátula encuentro un espectacular  cuadro donde luce una musa  “Mujer amazónica” del italiano Gino Ceccarelli. Los  apuntes a lápiz que aparecen en el interior del libro y que expresan diversas facetas de la selva amazónica son del pintor Paul Ancka Ikeda.

Yo diría que la voz poética del libro Voces desde la orilla  no es el canto de una sola poeta, es una poesía alucinada que llega desde el fondo de los ríos y de la vida, desde los orígenes de la tribu de los huitotos. Es la epopeya del pueblo que sufrió la explotación de la gran urbe y sobre todo de la explotación imperialista. Ya Roger Rumrril y  Pierre de Zutter en el libro Los condenados de la selva (1976) habían denunciado esta masacre “…el patrón es el primer usufructuario de la producción del nativo y del ribereño. Por una miseria les compra las trozas, las pieles o los animales que han conseguido…A su vez el patrón llega a depender del regatón, personaje ya típico de la Amazonía, que recorre los ríos con su lancha en busca de caceríos en donde compra los productos del bosque…” Casi en toda la poesía del libro, Ana Varela persiste en mostrarnos la explotación que sufren los nativos fieles a la naturaleza.

El libro Voces desde la orilla nos habla del sol, el inmenso sol; el río manso y bravo; el arroz, su espectacular blancura. Doris Moromisato cuenta de la lectura que ambas hicieron de la poesía de la argentina Alejandra Pizarnik “Sin ti/ el sol cae como un muerto abandonado”. Esta es otra manera de connotar al sol, ya no con la pasión de un incendio en un paisaje, sino como un incendio de soledad.

Es sorprendente cómo una joven poeta ha escrito una historia poética con la madurez de un pueblo que aún llora la explotación del caucho, de la madera y otros productos por parte de patrones  lugareños y del extranjero. Muchas tribus fueron exterminadas en estos afanes. Se aprovecharon de los nativos haciéndolos trabajar a cambio de nada, morían de enfermedad y de hambre.

ARCHIVO DE RUTAS

Es la primera parte del libro que comprende ocho poemas. Así cuando la poeta empieza el primer poema con la aseveración Nuestros archivos guardados en la memoria, claro, esos archivos jamás se olvidarán. Esos archivos son mucho más fuertes que en la zona andina de donde provengo. Sin embargo, la misma luna persigue nuestras inquietudes, en esas aguas también se funden nuestras manos, el mismo afán de hacer conocer nuestros pueblos, con la diferencia de que la barbarie fue atroz en la selva.

En el mencionado poema Nuestros Archivos la poeta     la poeta compara al hombre con los venados.  Estos venados me recuerdan El venado herido de la pintora mexicana Frida Kahlo, un venado con el rostro de Frida, un ciervo herido que reflejaba su inconsciente lacerado por el dolor físico. Los venados de Ana Varela son sutiles, alegres, vencen el camino en los desgarramientos de los montes. Estos venados semejantes a la estirpe de las tribus se caracterizan por una singular hermosura, por su claridad y agilidad. El nativo dueño de la selva, se agiliza en el trabajo con la piel tostada por el sol en todas las estaciones:

Nuestros pies, como los venados, ágiles entre los montes/  corrían desde caminos calcinados por los relámpagos,

Pero al mismo tiempo esa espectacular naturaleza lo acompaña en “estrellas venideras” pinceladas en estupendas estocadas cósmicas atravesando todos nuestros sentidos:

Fue así que emprendimos la marcha de los astros/ Y los astros nos conducían en estrellas venideras

El Marañón es parte de la vida de Iquitos. Precisamente es la memoria de las piedrecillas que encierran la irreverente historia en el  fondo de nuestros quereres, nuestros pueblos que caminan junto al ritmo de los ríos como serpientes ondeantes:

El marañón corría con nosotros y sus altos prodigios/ Eran bastas corrientes que asombrados recorríamos.

A eso le llamamos sabiduría guardada / en los archivos / de la luna.

En el poema Bajo el arco iris la voz de la poeta es la voz de la selva y la voz de la selva es la voz de la luna, el sol, los astros, los ríos, las algas, las canoas. Esta memoria está registrada por Ana Varela en poesía con la luna en primer plano. La poeta demuestra al mundo el imaginario secreto de su querencia que tiene todas las maravillas que no tienen las grandes ciudades y no a manera de queja, sino de mostrar al mundo una realidad desconocida para la mayoría:

El destino de la luna adivinaba nuestros pasos /

Desde aquel designio la incandescencia del sol nos acompaña / Bajo el arco iris de una serpiente dormida. /  (El mediodía del mundo imita el color de un porvenir dibujado en el estertor de un río religioso)

El misterio del universo amazónico puebla su poesía. En De distancias y otras jornadas esa porción de isla encantada  del amazonas es dueña natural de la naturaleza que al mismo tiempo no les pertenece. A pesar del cansancio los trabajadores están solemnemente altivos frente al intenso sol en el día y enseñoreados por la enigmática luna en la noche.

Los designios imperturbables de los dioses / nos otorgaron la distancia de loa varaderos. / Así recreamos quebradas, restingas, cochas, / arenales, ojos de agua o de cielo: / cuencas insondables en cielos celestes / vibrando en estaciones despedidas en la luna.

Campesinos de diversos pueblos amazónicos presagian el tiempo y tratan de adivinar el futuro. Sus raíces han ido creciendo en épocas de sequía e inundaciones con la fuerza de la lluvia y el desborde de los ríos, el desborde la de lluvia en el corazón mismo del hombre amazónico:

Porque hijos de la distancia también éramos / y en nuestras raíces nos reconocíamos / sembrados sin fin en distantes playas./ Y así nos esparcimos poco a poco, / en esquinas fugaces desde las vaciantes hasta las inundaciones.

Con Desde las vertientes podemos seguir escuchando su peregrinación reluciente, airosa, esperanzada, desde sus querencias del May Ushin, Marañón y el Huallaga la voz poética del libro nos convoca en nombre del agua:

Desde los altos gredales de May Ushin / Desde las feroces caídas del Marañón / Desde las incandescentes llanuras del Huallaga / mi voz convoca a los habitantes de agua./ Y surcando quebradas desde vertientes remotas / alcanzo vastedades de arcillas recientes. / Así me reúno con habitantes del monte / y nuestras voces se inundan infinitas / en tenues bóvedas incrustadas por la noche.

 Con el avance de los cauces y las crecientes de los ríos corre la vida de los lugareños con su soledad, sus maravillados paisajes:

Semejante a cada río que despide sus puertos, / alcanzamos la marcha de la luna / invadidos por la tregua / de un viento insondable.

Uno de los más hermosos poemas es Historia desde la liana, el ayahuasca hará alucinar hasta recordar la lengua de la tribu de los cocamas o cualquier otra lengua, los lectores nos sentimos involucrados con esta alucinación  y el poder de lo inalcanzable:

“La madre del ayahuasca me dice: / Así, despacito, calientito, bebe la bebida voraz de lo alucinante, / de lo acontecido, de lo amargo, de lo dulce o lo venenoso. / Acuérdate siempre, la soga puede penetrarte los ojos, / inundar el registro de tus ancestros / o ahogarte en el río junto a los tuyos. / Porque la soga te envuelve en todas las versiones. / Alucina, alucina, alucinante, / alucina siempre, yo te absuelvo de las fiebres y de las visiones”.

¿Qué amargor, qué hoja, qué corteza –para relatar- / devorará mi lengua cocama, / qué palabras inventaré  para consumar lo inevitable?

“Así nos desnudamos: con el toé que pinta los colores de las sombras, / protegidos por las lianas, las lunas llenas, / y la cómplice bebida de los migrantes de la noche”.

La poeta hace alusión a las pintas de los nativos en el rostro, en el cuerpo, que guardan seguramente un lenguaje especial que a veces no podemos descifrar. Artistas como Paul Gauguin también trabajaron esta temática en la pintura:

Y somos como siempre / pintas de boa en las espaldas, / pintas de garza en los rostros. / Y pronto seremos arrojados / por un temporal de balsas apócrifas / hacia feroces corrientes de un mar acechante.

En toda la poesía de Ana Varela es cómplice la luna en todas sus formas  -¿y qué poeta no se redime ante la luna?- Recuerdo el libro de la estupenda poeta, ensayista y promotora cultural  mexicana Leticia Luna Hora Lunar, curiosamente su apellido también es Luna  Ella duerme en la arena/ bañada por la luna/ y se despierta/ quitándose la sábana marina/ que fue espuma.

A propósito de nuestros encuentros con la poeta mexicana, Ana Varela al participar en el IX Encuentro Internacional de Escritoras en el ‘País de las nubes’ el año 2001 (México), compartió experiencia literaria con Leticia Luna, y yo conocí personalmente a Leticia en San Juan de Puerto Rico el año 2003 en otro Encuentro Internacional de Escritoras, abrigamos una especial amistad literaria porque ella también es una escritora que no teme hablar de sus raíces, tenemos experiencias similares que son semejantes en Latinoamérica.

La poesía peruana atraviesa por períodos. Uno de estos se iniciaría los años 80. Una de estas vertientes es la literatura andina donde me siento involucrada. Es una poesía moderna y diversa.  Esta literatura andina es expresión de una cultura andina. Esta literatura no es andina porque se escribe en Los Andes, toda vez que puede ser escrita en cualquier lugar del país, y particularmente en Lima.  Las mismas preocupaciones  encontramos en la literatura amazónica y particularmente en la poesía de Ana Varela.

Ya la poeta Doris Moromisato compañera de generación de Ana Varela había anotado “Su libro es un navegar bajo la luna, recorriendo los pueblos que se fundaron con sudor y esperanzas: Andoas, Jeberos, Lagunas, Pevas, Brillo Nuevo, Pucaurquillo, Jibacoa, Casual, San Antonio, Puerto Isabel”. Como podemos ver los lectores de Voces desde la orilla navegamos alucinados por los pueblos que  conduce el cauce de los ríos hecho poesía. En las culturas primigenias la luna simboliza a la mujer, son fuertes los personajes femeninos en la poética de Varela.  A veces la luna también ejerce un poder más visual, como cuando un joven estudiante de pintura me contó que quería escribir poesía, esperó la llegada de la noche, se alistó adecuadamente nostálgico, ubicó su escritorio en el margen de la ventana de su dormitorio, abrió las cortinas, suspiró, miró el cielo, y especialmente la luna resplandeciente, tomó un lápiz  y no le salió nada, no pudo escribir. Al día siguiente en la Escuela de Bellas Artes me dijo “Quise ponerme en su lugar y no pude profesora”. Su emoción frente a la luna y la poesía fue más bien visual.

REGISTROS PLUVIALES

Es la segunda parte del libro que sigue el mismo trayecto de la primera parte, instalándose siempre en la naturaleza, es exactamente lo que la escritora peruana Carmen Ollé dice al respecto “…se inscribe en un paisaje construido desde la oralidad y el pensamiento simbólico. Con un lenguaje formidable hecho a base  no sólo de imágenes plásticas sino también conceptuales y de variados ritmos…”  Es interesante partir de la oralidad en el proceso creador, allí la escritora recoge el inconsciente colectivo como afirma el  mexicano Fredo Arias de la Canal  en una de sus leyes de la poesía: “Todo poeta es un ser  que simboliza sus traumas orales con arquetipos pertenecientes al inconsciente colectivo, del cual su propio inconsciente es parte integrante”. En este libro hay muchos giros que han sido recreados a partir de la lengua oral, y que la poeta supo representar esa realidad entregándonos diversidad de imágenes, metáforas y sueños alucinados. Instalémonos en  algunos poemas de Registros pluviales.

Sin lugar a duda, este título proviene de la lengua oral, es una especie de testimonio De eso nomás me acuerdo, en este poema aparece un anciano héroe que ya no recuerda su edad, se  trata de un personaje mítico en nuestros días. Cuando él era niño no había escuela, un anciano que vivió en la miseria y sufrió la explotación del caucho.

No me cuerdo mi edad,/ pero he nacido aquí./ Aquí en San Cecilia me he hecho hombre/ y viejo./ Mi madre era de arriba, de Andoas,/ mi padre había llegado de Jeberos.

En aquel tiempo,/ no había escuela/ no había autoridades,/ sólo peones atisbando una esperanza.

Y la poeta remata la desesperanza de los seres que lucharon, padecieron y envejecieron trabajando para los patrones en las inclemencias del clima:

Y como te repito,/ he nacido aquí,/ entre los azotes de la miseria y/ las violentas tardes del saldo.

Y en pleno auge del caucho

El desplazamiento de la poeta siempre será en diferentes paisajes, ese afán de meternos en su mundo nos subyuga, nos hace reclamar, nos hace sentir pasión por la naturaleza. Breve paisaje es un bellísimo poema con la magia del verde donde la poeta muestra una especie de arte poética de su proceso creador que la circunda y que abruma de paz nuestros ojos:

Piel de sierpe,/ cruz de mashco,/ sueños de garza,/ lengua o aletas de renaco:/ ¿quién enumera este trazo de mi cuerpo?

Y así/ he sido/ siempre/ albedrío de un río que despide/ voces de agua en cauces solariegos

Es significativo el delirio de la poeta de meternos hasta en la  dulzura Alabanza de la tinaja. La poeta nos habla de la preparación del masato en la tinaja de arcilla protagonizada por las jóvenes nacidas y crecidas por los ríos amazónicos, ese masato que servirá de alegría y que será la fuerza de las reuniones, allí gozarán en sus amoríos y cantarán a la vida con el viento que sopla los recuerdos en ese ambiente tropical:

Entre hornos y vientres de fuego/ las muchachas escriben con tintas de tierra/ tenues líneas descifradas al viento/ con códigos de luz o arcoiris

Para luego ser reposo,/ para luego ser fermento/ fiesta de espumoso masato/ en jubilosas faenas de arcilla.

Clave de un tiempo que es para siempre, la tinaja:/Alta celebración que las mujeres/ festejan con dardos de cielo en sus miradas.

En la espesura del paisaje la poeta alude a la vida dura de la selva, la historia más cruel del amazonas, así fue la aniquilación y exterminio de las etnias con un caudal de sabiduría, de inocencia, alucinados soñadores, ésta es la selva que fue también cantada en alta voz por César Calvo. Ana Varela emocionada en medio de una geografía agresiva, reclama por la injusta vida en esa porción de tierra donde moran dioses y hombres, su reclamo es sereno y con un afán de afianzar el arte y la cultura en sus múltiples posibilidades:

Arrastrados por episodios de exterminio/ los peones arrojados hacia los bosques/ fueron alcanzados por la sangría

        Las madres de las madres, las abuelas adivinan los senderos según el cambio de color de los cielos. Y vuelven las heroínas a cerrar el poema con la vida sacrificada al pie de los bosques donde se peinan estas bellas doncellas.

La madrugada crecía en las matanzas/ y las abuelas descifraban caminos en la interperie

Las muchachas del Ampiyacu lloraban el fin del mundo/ y sus pies semejanban sierpes vespertinas en los barrancos

El ser humanos deja sus Huellas bajo el designio de la enigmática luna llena tan bella pero al mismo tiempo proyecta cierto temor en el colectivo popular. En este poema habla de sus heroínas las muchachas que dan rienda a su imaginación “corren  detrás de las mariposas”.  Y sólo ellas cantan enseñoreadas en las noches de luna, esos cielos son prodigiosos en los poemas de Varela, esos cielos tan distintos a las ciudades. La luna debe pintarse en los ríos que circundan Iquitos:

Después de sembrar semillas en luna llena/ después de derramar sales sobre las palmeras/ las muchachas corren detrás de las mariposas./ Ellas cantan a la luz de la luna/  Mientras el búho perpetúa su insomnio diurno

La blancura del arroz se apodera del poema Estirpe, esa pureza que choca con nuestros sentidos por la fuerza del trabajo del hombre selvático, esa blancura que golpea nuestra frente con el color límpido de los arroceros.

Desde la loma llegan los arroceros/ Y por la playa bajan hasta la espuma/ Y se van/ ya se van/ sembrando hallazgos primeros/ regando los últimos granos:

¡Qué sol en las espaldas¡ / ¡qué polvo entre los pies¡

Los poemas Imagen / Desimagen  y Desimagen / Imagen son sorprendentes, pareciera que no tiene razón de ser el segundo. Pero no, a manera de juego el segundo poema empieza con el último verso del primer poema y termina con el primer verso del poema, hace todo el recorrido y cada uno tiene un contenido coordinado y armonizado. Se trata de un juego de modernidad que la autora conoce muy bien como maestra universitaria y escritora:

Para cruzar/ ríos de espanto/

Para escuchar cauces/ y gritos de las sierpes/

Los caminos viajan/ por huellas y honduras/

El libro termina con el poema Madre que no es un poema a la madre suya o nuestra, es un poema a la madre naturaleza, es un canto de respeto a la tierra, a la veneración que siente por las aguas de los ríos,  de sus quereres entre la arenilla, la luna, el sol, las canoas, el cielo como espejo de una vida distinta.  Recordando la tradición del pueblo indígena en las fiestas populares y familiares, el primer brindis es con la madre naturaleza. La naturaleza es la diosa de la vida, tiene colorido. Recuerdo a la destacada poeta  puertorriqueña Etnairis Rivera cuando vivió una temporada en Cuzco, Puno y  Bolivia, los años 70, se extasió con esos inmensos bloques de piedra, con el lago sagrado y el verdor tan especial de los andes, escribió Pachamamapa Takin  (en español sería “el canto de la tierra”). Se trata de un libro que habla del respeto y poder que tiene la Madre Naturaleza. El escritor español don Manuel de la Puebla en una entrevista a Etnairis le dice “Es evidente en la unión con la naturaleza…”. Etnairis responde: “Mi relación con la Madre Naturaleza nace de un sentimiento arraigado en mí desde que tengo memoria. Me extasiaba contemplando su hermosura desde muy niña. Percibo en la energía de la Madre el abrazo del camino espiritual. Ella es templo de paz y felicidad profunda. Su belleza es sanadora. Amo las culturas aborígenes, porque viven conectadas radicalmente a una sagrada tradición telúrica y sabia”. Tanto Ana Varela como Etnairis Rivera sienten ese respeto y atracción por la naturaleza. Claro que su belleza es sanadora como lo es el libro que comentamos. Si San Juan de Puerto Rico es una isla encantada, Iquitos es una ciudad primorosamente encantada en medio del agua y cuidadosamente presentada por Ana Varela:

Madre de la naturaleza diversa/ Madre de las plantas y los animales/ Madre de los niños tendidos en los arrozales/ Madre de los herederos del sol y sus lluvias.

        Aquí la poeta invoca emocionada a la madre de las tribus y de los ríos.

Madre Cocama/ Madre Pacaya/ Madre Ahuanari

Finalmente, puedo decir que la poesía de Ana Varela nos muestra un mundo amazónico fascinante. Esta debe ser la principal función del poeta, debe reflejar el drama de nuestras querencias en la periferia, en esos inmensos parajes, donde el agua es principio y fin de la existencia. Un pueblo con su propia tradición y el exterminio lamentable de muchas etnias.

  • Ana Varela es la poeta amazónica que canta a la exuberante naturaleza, a los ríos que surcan el designio de la vida: hombre y naturaleza. Ana Varela es la poeta del paisaje intenso.
  • La voz poética del libro es la voz del pueblo amazónico, la memoria de su historia con un sol avasallador y las noches estrelladas con su punto central, la luna.
  • La poética de Ana Varela ha cruzado las fronteras de Iquitos, del Perú y extranjero. Desde Iquitos Ana Varela ha sacudido el ambiente literario del Perú.
  • El mensaje de la poeta es visionario, abriendo un nuevo espacio para hacer conocer su pueblo, sus raíces huitotas. La voz poética del libro es el de una guerrera moderna.
  • Voces desde la orilla es un libro epopéyico que narra las atrocidades cometidas contra los nativos por parte de los explotadores nacionales y extranjeros, es un libro que narra también la maravilla de esa especie de isla encantada, Iquitos,  con sus fiestas  alucinadas por el ayahuasca y el masato.
  • El libro entrega un cuidadoso manejo del lenguaje y una acuciosa entrega de imágenes literarias. No está adscrita a ninguna tendencia, lo suyo es un lenguaje personal.
  • El libro muestra una preocupación por el tratamiento temático y estético.
  • En el imaginario de los nativos, en su testimonio de vida podemos encontrar una gran sabiduría.
  • Las mujeres son las heroínas, las diosas de su historia que es nuestra historia y el canon literario de Voces desde la orilla. Este libro es una denuncia a las injusticias que padecen los caucheros.
  • La crítica oficial silenció a la mujer en tiempo pasado en todos los campos de la cultura. Las mujeres de hoy tienen que enfrentar nuevas posibilidades de conocer, interpretar, inventar, reinventar nuevos lenguajes o vivir el mundo moderno o posmoderno que la globalización impone.

BIBLIOGRAFÍA:

*Ana Varela Tafur. Voces desde la orilla. Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, Urcututo Ediciones, Iquitos, 2000.

*Fredo Arias de la Canal: Filosofía de la estética anterior al descubrimiento de las leyes de la creatividad. Frente de Afirmación Hispanista, México, 2003.

* Fredo Arias de la Canal: Antología cósmica de Gloria Vega de Alba.  Frente de Afirmación Hispanista, México, I999

*Andrea Kettenmann. Kahlo.  Instituto Nacional de Bellas Artes, México, 1999.

*Róger Rumrril y Pierre de Zutter. Los condenados de la selva. Editorial Horizonte, Lima, 1976.

*Fredo Arias de la Canal. Antología de la poesía cósmica y tanática de Alejandra Pizarnik. Frente de Afirmación Hispanista, México, 2003

*Manuel de la Puebla. La espina del sueño. (6 poetas puertorriqueñas). Ediciones Mairena, San Juan de Puerto Rico, 1997.

*Leticia Luna. Hora lunar. Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, 1999

*Etnairis Rivera. Pachamamapa Takin. Puerto Rico, 1977

*Carmen Ollé. Voces desde la orilla. Ensayo. Lima, 2000

*Doris Moromisato. Voces desde la orilla. Ensayo. Lima. 2000