El viaje de Madrid ha Lusaka (capital de Zambia) ha sido largo. Tengo el cuerpo aliquebrado. Son casi dieciséis horas, o más, que no hay cuerpo que lo aguante. Pero hay que darse ánimos y levantarse. Antes de salir de la burbuja europea (aséptica) me han puesto vacunas tres o cuatro como dice el refrán sarna que pica no mortifica. El reto en esta parte del planeta azul para escribir es enorme desde un punto de vista amazónico (una mirada no desde el centro). Es un continente con una cruenta narrativa emocional. Ha sido pasto de los colonialismos más fieros y sigue todavía el continente sumergido en la vorágine de muchos males: el hambre, la desnutrición, las epidemias y pandemias, dictaduras (países donde los europeos miran hacia otro lado), democracias de bajísima intensidad o Estados fallidos entre otras. La conferencia en Berlín de 1885 certificó el desguace africano de parte de las potencias europeas- en esa conferencia de repartieron África en nombre de los negocios que persiste hasta hoy (el neocolonialismo campante). De acuerdo a la procedencia de los colonizadores el país orienta su economía con la importación de productos y las inversiones de capital. Pero a pesar de estos embates en este continente hay esperanza, quiero creerlo, porque la gente cada día sale a trabajar, tiene fe que su país pueda cambiar (aquí los países ricos cada vez más desiguales tienen mucho que ver, los ricos y reyes vienen a cazar animales silvestre con impunidad). Un amazónico mirando la sabana africana es más que inquietante por su aproximación periférica. El aeropuerto Kenneth Kaunda se parece mucho a tantos tropicales (es el nombre de un gobernante zambiano), en mis recuerdos es una vieja película que se repite. Mientras bajaba de la escalinata del avión me daba la impresión que mi memoria volvía en flash back a esos aeropuertos de la floresta donde el tiempo se hubiera detenido por unos instantes. Aquí el tiempo transcurre sin el estrés (o manía) europeo de la puntualidad. Sus mediciones y promesas difieren de las nuestras pero es cuestión de sacudirnos. El color de la tierra junto con los árboles con pocas hojas y que muestran sus ramas sarmientas me remueve. Son las primeras horas en Lusaka.