Entre los mejores libros de política europea los leí de autores ingleses. Me parecían lúcidos y de planteamientos de largo alcance. La idea de esta patria común europea era un gran reto y idea ilusionante, de grandes dosis, como no, de utopía. Era un sueño de escritores y políticos para desterrar (y enterrar) ese pasado de guerras mundiales. Sobre el aporte inglés, entre otros tratadistas de diferentes naciones, era dotar de continente y contenido a este espacio político y de gran mercado como era la Unión Europea (UE)- recordemos que en los últimos tiempos la UE se ha escorado hacia en un proyecto de priorización de la expansión del mercado y aplicación de planes de austeridad en desmedro de los derechos de los sociales de las personas. En esta misma línea, este gran proyecto postnacional muchas de las decisiones la ciudadanía no las entiende o no son bien explicadas por sus responsables causando malestar. El hartazgo ciudadano ha llegado tanto que comprende que las malas decisiones vienen, casi siempre, de Europa (coloquialmente así se le conoce a Bruselas). Recordemos que Inglaterra, que es uno de los socios fundadores de la UE, ha tenido con esta confederación de naciones una especie de amor- odio con lo que pasaba en Bruselas y sus instituciones. Eran como esos matrimonios en la que la pareja se soporta mutuamente pero sin ilusiones y sin complicidades pero que les cuesta tomar la decisión de separarse. La decisión en las urnas de los súbditos y súbditas ingleses de no pertenecer a la UE hay que respetarla y es un aviso para navegantes. Más bien es la UE quien debería reflexionar porqué está causando tanta desafección sus decisiones en la ciudadanía europea. Es una gran oportunidad que no se debería desperdiciar.

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