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Plinio Apuleyo Mendoza ha recordado que Cien Años de Soledad sólo se confeccionó en 18 meses mientras que El Coronel No Tiene quien le Escriba se tardó casi 16 años. Mientras iba en auto rentado entre Estados Unidos y México, Gabriel García Márquez, de pronto descubrió la alquimia para lo que sería su obra cumbre.

Aunque ya lo dijo en El Olor a la Guayaba, esa extensa entrevista que le hizo al “Gabo” para agotarlo y que nadie más volviera a preguntarle las mismas preguntas, ha vuelto a recordar lo mismo ante la periodista Cecilia Valenzuela, que, esta vez si gradecimos muchos que se quedara callada ante su entrevistado, como suele ser su costumbre, sobre todo ante los políticos cuestionables, pero en fin estaba Plinio Apuleyo, uno de los que más conoció al Gabo.

Confieso que conozco casi todos los pormenores de la vida que han salido en la prensa sobre García Márquez y hasta he leído con la misma atención, boca abierta y pasión, Diatriba de Amor Contra Un Hombre Sentado como podría hacerse con Cien Años de Soledad o El Amor en los Tiempos del Cólera o la infaltable entre los periodistas como Crónica de una Muerte Anunciada. Y, siempre en su biografía, he encontrado excusas para imitar lo inimitable que podría ser él.

Gran parte de mantenerse en el oficio es, justamente, conocer la vida de “Gabo. Seguramente lo romántico que podría tener el periodismo se lo debemos a él, porque si se tratase sólo de cumplir un horario o llenar textos, espacios y programas, entonces el oficio no tendría sentido. Y alguna vez por lo menos los de verdad, hemos pensado que algo que hacemos se pueda acercar a su grandeza, eso personalmente es motor y motivo.

Por eso parte de mí y de muchos seguramente se fue con él. En esa genialidad de encontrar la forma de decir maravillosamente fácil las cosas que aparentemente no se han dicho y que siempre están en el alma de cualquier pueblo. Esa combinación y creación lingüística que no se aleje de lo increíble que resulta la vida simple. Esa magia que encontró entre EE.UU y México y que recordó Apuleyo.

 Después de ese momento su literatura fluyó y, para hacerlo, sólo tenía que recordar su entorno. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…” Se fue el más grande de todos y si algo me reprocharé toda la vida es no haber tenido lo suficiente, en el más amplio sentido, para ir a verle alguna vez. Sólo verlo a los ojos bastaba.

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