DESPERDICIOS EN EL PASAJE

Desde la plebeya Plaza 28 de  Julio, hace décadas en Iquitos, una desbocada mula,  más terca  que siempre, perdió el norte, el sentido, la orientación. Desbocada, indetenible, feroz, galopó por las calles contiguas hasta arribar a la pituca Plaza de Armas. Lo malo del asunto es que el cuadrúpedo sin brújula arrastraba una carreta repleta de basura fresca, cotidiana, poética. Así  que en su loca carrera,  el animal de marras ensució  todo lo que encontraba en su sinuoso paso. O sea, calles, veredas, esquinas, lugares de esparcimientos como bares y billares que en esta ciudad siempre han sido más importantes que las bibliotecas. El hecho fue un incidente catastrófico, cuando los desperdicios se amontonaban en cualquier parte, generalmente cerca de los tantos ríos circundantes.

Desde entonces, desde hace tiempo, ese cuadrúpedo parece recorrer todas las calles, de cemento o de tierra,  de esta pobre ciudad sucia. Nadie, ni la suegra de alguien, ni la madre de Tarzán, ni la fiesta del curroñao, ni el baile del caballo, ni los gatos con botas, pueden  controlar a ese animal enloquecido que se dedica a ensuciar esta bella urbe fronteriza. Es decir, el servicio de baja policía no limpia, ni asea. Ensucia más. Cambia de lugar los desperdicios, lleva y trae los trastos y no sabe dónde poner los bultos porque no existe ya un lugar adecuado. Pero donde ese servicio inútil encuentra su destino es en el pasaje Moronacocha, en el asentamiento Fernando Belaúnde Terry. Cerca, tan cerca, a boca de jarro,  del lago muerto ante tanta porquería.

Allí, desde hace meses,   impulsados míticamente por la mula de marras, unidades ediles, apoyados por las matracas del voluminoso Brunner,  depositan los desperdicios.  Es decir, los limpiadores urbanos han inventado  un relleno sanitario que lamentablemente perjudica a los vecinos y vecinas. A los niños y niñas. A la sanidad pública. La mula de antes,  derramando siempre las lisuras de la carreta descontrolada,  ha ganado definitivamente  la batalla de la basura en Iquitos.   Y ello es tan grave,  como decir  que ni siquiera servimos para asear nuestra casa.