Me cuesta mogollón salir de la isla del Olmo. Es mi burbuja. Mi castillo en el cual escribo y miro lo que pasa alrededor mío. Aquí leo, disfruto y me regocijo en un buen libro, discutimos con S sobre el pasado, futuro y el presente, miramos desde lejos a la floresta y fuera de ella como Kigali, Maputo o Bahía. Es una isla que posee esas virtudes caleidoscópicas. Además que tengo una virtud/defecto adicional que gramaticalmente en emociones soy peruano (o de cualquier país de Latinoamérica que ha pasado del estatismo burdo a la aplicación de políticas de shock en la periferia) ¿pero qué quiere decir eso? Es que estamos a prueba de casi todo. A pesar de tener una cultura autoritaria, racista y machista hemos sobrevivido a todo experimento político que haya, y los que hemos vivido y viven en la floresta puede dar testimonio de ello. De un presidente que andaba por las nubes y aplicaba políticas liberales en economía a otro inflamado de un discurso populista de un viaje a ninguna parte (ahora dudo si era de izquierdas o de derechas); con el añadido de tener a Sendero Luminoso y otras fuerzas terroristas dando la murga casi a diario. Pero la historia no termina allí, en plena crisis política y económica se aplicaron sin contemplaciones las políticas de shock/desregulación/austeridad que han traído más desigualdades y, para perplejidad mía, todavía respiramos. Todo ese amasijo de contradicciones amargas es un valor añadido para un insular como este fauno tropical que mora en esta Ihla. Por estos días en este lado de la península la emoción que se percibe es de una enorme resignación colectiva. No es un país que ilusione y si se alegran es por cosas muy banales. Todo nuevo régimen político al menos trae ilusión, un punto de inflexión, debería ser un cambio, pero el actual (con toda la corrupción en sus filas que a la gente le interesa un shimbillo, pienso es el utillaje diario de sobrevivencia de la mayoría) trae resignación y conformismo. Será más de lo mismo, como suelen decir por aquí con un resabio amargo, es decir, un potingue intragable. Pensé que narrativamente se vivía en Perú una montaña rusa de emociones pero aquí también hay que tener enormes cantidades de esos sentimientos y hay dosificar para que no se te vaya la esperanza. La gente y todos, tragamos carros y carretas a diario, y todo parece indicar que la ilusión se ha ido de vacaciones y no tiene fecha de regreso. Por eso lo del triunfo de un personaje como Trump no me cae de sorpresa.

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