La vida líquida de estos días nos depara cada sorpresa. Lo que más se impone es que las personas interactúen menos con otras personas. Para eso están las máquinas que pueden servir de esa intermediación. Mi amiga Sulamita Gottlieb me decía hace un mogollón de tiempo que ella en Estados Unidos sentía que la atendían mejor por teléfono que personalmente. La vida en estos tiempos desnortados nos ofrece eso. Cuanto menos veamos a otros humanos, mejor. El móvil se está haciendo un aparato insustituible para estas situaciones cotidianas. En los viajes que he hecho no había persona que no llevara uno ya sea en América, África o Europa. Están casi esposados a uno de ellos. Miraba las mil expresiones de su rostro al mirar la pantalla de ese bendito aparato: sonreían, muy cabreados, con disgustos, de felicidad. Como fotógrafo no perdería la pista a estos detalles de la vida actual alrededor de este aparato que cada día domina nuestras vidas (a veces, al escucharme con estas monsergas percibo que resumo a friki chalado). Hace poco leía en una revista que han diseñado una App para descargarla por internet que te facilitaba romper con tu pareja ¿? Me quedé por unos momentos en blanco. ¿Es eso posible? Esa ayuda inclusive te podía borrar todo rastro de la vida de tu expareja por internet: destruía fotos y mensajes relacionados con esas personas en la el amor murió. Seguía sumergido en mi perplejidad. Sabemos los hombres y mujeres que romper una relación sentimental no es nada fácil pero hay que pasarla. Emocionalmente nos sirve de mucho, son los palos que la vida nos muestra y donde sacamos lecciones. Es un trago amargo, muchas veces. Pero también nos señala que es la parte de sentirse humano. Pero que esta situación la supla una App, dios, me produce un vértigo terrible ¿hasta dónde vamos a llegar? Estamos creando personas  incapaces de mostrar, sentir y demostrar emociones. Que no saben disfrutar los momentos dulces y amargos de la vida. Son individuos metidos en su zona de confort (y sus App, por su supuesto) y que el resto que se joda. Es la banalización de la individualidad.